Thursday, December 29, 2005

"MR. CROWLEY" PARTE IV


"La Mujer Escarlata"

Leilah Waddell, concubina de Crowley, en 1912, con la Marca de la Bestia marcada en el pecho.

El mago ha buscado en vano a la mujer escarlata que pueda ser compañera de vida y de magia. Por fin la halla en su esposa, Rose Kelly, con la que llega a Egipto, haciéndose pasar por un príncipe persa. Rose, la mujer a la que, según la leyenda, Crowley habría forzado, era feliz con él.

A través suyo, el dios Horus, le manda que entre en la sala de la Gran Pirámide a mediodía de los días 8, 9 y 10 de Abril de 1904 y que escriba todo lo que oiga. Crowley así lo hace y escribe «El Libro de la Ley», un libro de inspiración divina y por tanto sagrado. Crowley era el mensajero de su verdad trascendental: el ocaso de los dioses ha llegado y una nueva época ha comenzado. El nuevo «eon» liberará al hombre a través del conocimiento de su libro, la esencia de la ley será: «Haz lo que quieras». Según este principio no hay ley por encima de la voluntad individual.

En 1920, Crowley vive de acuerdo con el Libro de la Ley en el pueblo siciliano de Cefalú donde funda la Abadía de Thelema con sus dos amantes y sus hijos, en la que recibe múltiples visitas. «Haz lo que quieras» se concreta en una vida comunal en la que hay libertad sexual, droga y magia.

A Cefalú llega un joven especialmente dotado, Raoul Loveday, en el que Crowley cree ver su heredero. Pero éste muere y el escándalo hace que Mussolini ordene la expulsión de toda la comuna.

Se enfrenta entonces a una de las épocas más amargas de su vida, de la que le salvará la O.T.O. (Orden de los Templarios de Oriente) llevándoselo a Alemania. Durante el resto de su vida continuaron acosándole y acusándole, suspendiendo la publicación de sus obras y cancelando sus intervenciones públicas.

El 1 de diciembre de 1947, a los setenta y dos años de edad, Crowley moría de una crisis cardíaca. Una edad sorprendente para un drogadicto del que se decía que tomaba once gramos diarios de heroína. Sus últimas palabras fueron: «Estoy perplejo».

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